
Había pasado tanto tiempo desde la última vez que te hablé que ya ni siquiera recordaba que me habías dejado, que habías abandonado nuestros sueños y que me habías hecho esperar largas horas al lado de un teléfono fijo que nunca sonó.
Había pasado tanto tiempo desde que gasté un sol para marcar a tu 99499510 de Bellsouth, que decidí que no tenía heridas por tu ausencia, decidí que tú, el chico flaco, de pelo largo, el de la polera del Hard Rock Café de Lima de los 2000, con el celular azul, era el hombre de mi vida, y que no tenía nada que reclamar, nada que perdonar, nada que observar mas que lo guapo que eras, lo alto que eras, lo bien que olías, y lo bien que tus ojos marrones y tus labios carnosos me hacían sentir.
No cuestione nunca nada de lo poco que me dijiste de ti, no podía recordar bien tu edad, no recordaba tu nombre completo, pero si recordaba las madrugadas en que jugábamos Counter o MU, las mañanas en las que planeaba nuestra agenda que nunca se cumplía, las tardes lluviosas en que con los botines y la faldita corría a verte al malecón, las noches estrelladas del verano en que te preguntaba si querías a alguien más que a mi mientras el pasto me acariciaba la espalda y veía tu perfil imperfecto y mis jeans rotos. Aunque era una triste puber, nadie sabía que eras la única felicidad real que podía tener dos o tres veces al mes a escondidas.
Fue así que había decidido que con 13 años se podía amar hasta quedarse dormido de dolor, de un dolor inexplicable y ahogador, de lágrimas que eran de felicidad y de tristeza por tenerte y no tenerte, y que no entendería hasta 3 años después en que te apareciste con un tucutín, el tucutín del siglo, el tucutín de mi vida, un tucutín que hizo que una silla de plástico de una simple cabina de internet se convirtiera en un ascensor al cielo y al infierno.
No podía creer la suerte que tenía, no podía creer que te hubieras bajado del pedestal que no podía alcanzar para hablarme, el Dios bajo a ver la mortal para decirle: "Hola, como estas", para que ella le respondiera "Eres tu?", mientras ella pensaba que el Dios nunca se había ido de su corazón.
- Tú sabes que te amo.
Volviste el 27 de Diciembre del 2007, a las 6:40pm, volviste como si nunca te hubieras ido, volviste con la misma edad que me habías dicho hace 3 años, volviste de manera intempestiva, como quien al cerrar la puerta luego de entrar sigilosamente a una habitación lo hace de manera estruendosa, volviste con el mismo peso, volviste con el pelo pintado y corto, volviste con una polera negra, unas botas negras, unos jeans rotos y el 212 Sexy men que me acompañó en el verano del 2008; créeme, por favor, no quería estar sin ti. No podía estar sin ti, te había recuperado por arte de magia y del Messenger. No tenía que perderte ahora. Pero me has perdido, y eso no lo planeé en el 2007.
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