De la espera y su bipolaridad

No esperes de mí gritos, nunca serás mi peor película de terror, que de esas ya vi bastante y soy inmune a tu intento amateur de asustarme.

No esperes de mí una historia triste o relevante, no es que no me importes, es sólo que no soy tan estúpida como crees para no darme cuenta de que sólo quieres ser escuchado.

No esperes de mí una confesión de amor, no es que no esté enamorada de tí, es sólo que me canso de la gente que vive de recuerdos y dependencias y que si te quiero tanto ahora, no significa que te amaré para siempre (o hasta con tu pastillita azul)

Ni esperes de mí lágrimas, no porque sea una fría de  mierda, es sólo que teniéndome cerca ya tienes demasiado gordo el ego y el respaldo machista de la sociedad, y porque suplicarte algo que sientes de manera enferma por otra es como recoger lo que no sirve ni para hacer el intento.

De mí no esperes demostrar debilidad. No es una cuestión de mitomanía, sólo de orgullo.
El momento en que me sienta más destruida y sola, será también el mejor momento para demostrar que me siento mejor que nunca y que si es cierto que no todo tiene solución, nada me aniquilará ante los ojos de los demás, en especial los tuyos.
En especial si me has hecho daño y me quedé callada por no demostrar ni un tono de dolor, porque a pesar de todo y tus huevadas adornadas de excusas, te espero...

Te espero, porque estoy acumulando el rencor para tener el mismo valor y el poco tino que tienes para intentar destruirte.

Y sí, yo aguanto, pero tú, no sé.
Recemos por nosotros.
Dios se apiade de nuestro miedo.